diumenge 10 de desembre de 2006
LOS CAMPOS DE EXTERMINIO NAZIS: UN UNIVERSO DE HORROR
El Fòrum per la Memòria del Paìs Valenciá ha creado la exposición, “Memoria de Mauthausen 60 años después” en memoria y homenaje de las víctimas valencianas del nazismo al mismo tiempo que quiere contribuir a denunciar uno de los más grandes horrores concebidos en el siglo XX, para que su conocimiento nos lleve a la reflexión necesaria tanto para asumir el pasado con responsabilidad, como para oponernos activamente a cualquier repetición de hechos semejantes en el presente o en el futuro.
La mayoría de las fotografías del Campo de Mauthausen que en la exposición se exhiben, proceden de negativos que fueron sacados clandestinamente de los laboratorios fotográficos del campo por los deportados españoles Antonio García y Francesc Boix que las pasaron a dos niños deportados españoles, de los que se desconocen sus nombres, obligados a trabajar en la cantera de Poschacher quienes las entregaron a Anna Poitner, vecina del pueblo de Mauthausen que los cuidó y escondió hasta que finalizó la guerra.
La existencia de las deportadas y deportados republicanos españoles en Mauthausen se conoce gracias al trabajo heroico del valenciano Casimiro Climent y del catalán Josep Bailina. A los dos, deportados igualmente en Mauthausen, les destinaron, por sus conocimientos de alemán, a trabajar en las oficinas de la Gestapo, rellenando las fichas de los deportados. Decidieron duplicar en secreto las fichas de los republicanos españoles para poder explicar y probar, si sobrevivían, lo que sucedía en ese campo. Como no podían esconderlas en ningún lugar y mucho menos sacarlas de las oficinas, a Casimiro se le ocurrió la idea de esconderlas en el almacén de papel nuevo, intercalándolas con las fichas en blanco. A los nazis nunca se les ocurrió buscar allí y cuando quemaron toda la documentación que les podía comprometer y destruir las pruebas del exterminio realizado en el campo, no se les ocurrió quemar también el almacén de papel, por lo que las fichas de los deportados españoles se salvaron. Los dos asumieron un gran riesgo. Sabían que si eran descubiertos serían salvajemente torturados hasta la muerte porque los nazis querrían averiguar el alcance de la organización y los nombres de todos los implicados.
La maquinaria exterminadora del Tercer Reich acabó con la vida de 12 millones de personas de toda la Europa ocupada y de la misma Alemania: resistentes, judíos, objetores de conciencia, gitanos, homosexuales y enfermos. Entre ellas, más de 10.000 republicanas y republicanos españoles, de las cuales murieron unas 7.500. Su destino había quedado sellado al acabar la Guerra Civil Española cuando emprendieron el camino del exilio en calidad de derrotados.
En 1.945, una vez liberados los campos, los supervivientes no pudieron volver a la España de Franco y se instalaron casi todos en Francia. Allí intentaron reconstruir su vida, luchando por la recuperación de su dignidad y por el mantenimiento de la memoria.
Proclamación de la II República e inicio de la guerra civil
Al proclamarse la II República el 14 de abril de 1.931, comenzó una nueva etapa histórica caracterizada por la voluntad política de iniciar un proceso de democratización y modernización en España, proceso que fue iniciado a partir de la separación de la iglesia y el estado; la revolución pedagógica, la más importante de Europa en aquellos momentos, las reformas agrarias, social y del ejército, el reconocimiento de las autonomías vasca y catalana y la concesión del derecho al voto de la mujer, pusieron en marcha a las derechas para evitar transformaciones que pusieran en peligro sus intereses, lo que debilitó la coalición republicana socialista, que fue sustituida en el gobierno por las fuerzas conservadoras durante el Bienio Negro.
La paralización de las reformas, las conspiraciones militares y la violencia de los grupos fascistas, generaron enfrentamientos que se agravaron el año 1.934 con la revolución minera de Asturias y los hechos de 6 de octubre en Cataluña. La victoria de los partidos de izquierda unidos en el Frente Popular en febrero de 1.936 y el retorno de los principios de la primera etapa republicana, movilizaron a las derechas, sectores del ejército y a la iglesia para acabar con la República, con la democracia y con el ordenamiento constitucional. El levantamiento militar del 18 de julio de 1.936 derivó en la Guerra Civil, durante la cual las democracias europeas abandonaron a la República a su suerte, que solo recibió ayuda de la URSS y de las Brigadas Internacionales, mientras que los sublevados, con toda la ayuda de la Alemania nazi y de la Italia fascista, consiguieron la victoria que dio paso a la etapa franquista y a la inserción de España en la política del Eje.
Exilio y persecución de los republicanos y republicanas
Después de la derrota del ejército republicano, más de 500.000 republicanos y republicanas, entre los que encontraban muchos heridos, mujeres, personas mayores y niños, muchos de ellos huérfanos, cruzaron los Pirineos. Nada más llegar, su primer impacto en la frontera, fue encontrarse con una policía francesa hostil e intolerante que volvía atrás a ancianos desprovistos de documentación o de certificado de vacunación, y con la actitud inquisitoria y racista de muchos médicos que antes de meterlos en vagones de ganado les preguntaban si tenían piojos, sarna, si sufrían hambre, si padecían enfermedades, si llevaban oro o moneda francesa y a las mujeres si eran vírgenes, padeciendo multitud de ellas, todo tipo de vejaciones por parte de los gendarmes y autoridades francesas, incluida la violación. Fueron hacinados en campos de concentración improvisados donde padecieron todo tipo de penalidades. Muchas veces eran edificios en ruinas, sin luz, agua de un pozo, ratas, bichos y la vigilancia de los gendarmes con fusiles y metralletas, y otras veces en descampados a la orilla del mar sin ningún tipo de instalaciones donde había una carencia casi total de alimentos y sin servicios sanitarios, donde además, debían resistir a las maniobras realizadas por el gobierno francés y español para hacerles volver. En general sus condiciones de vida fueron similares a las que sufrieron los detenidos en los campos de la España de Franco y eso a pesar de ser gobernada Francia en aquellos momentos por el socialista León Blum. En muchas ocasiones, fueron metidos por la fuerza en trenes, devueltos directamente a España y puestos en manos de las autoridades franquistas, lo que supuso la muerte y la tortura para la mayoría de ellos.
A los que se quedaron en Francia, el estallido de la II Guerra Mundial acabó por imponerles tres destinos: el ingreso en la Legión Extrajera, la integración en los Batallones de Marcha o en las Compañías de Trabajadores Extranjeros (CTE). Después de la invasión alemana y la posterior firma del armisticio por el mariscal Petain, muchos republicanos fueron detenidos e internados en stalags (campos de origen), desentendiéndose el gobierno de Vichy de su destino, facilitando incluso, a los alemanes información para identificarlos. Este hecho, junto a la postura de Franco de negarles la condición de Españoles, los convirtió en “apátridas indeseables”, marcados con el triángulo azul. Entre agosto de 1.940 y junio de 1.941 unos 6.000 prisioneros fueron enviados a los campos de exterminio del Reich, adonde también llegaron en transportes posteriores, otras mujeres y hombres detenidos por haber participado en actividades de la Resistencia.
Las agresiones nazis en Europa, implicaron entre otras el control y la represión policial, el envío obligado de trabajadores a Alemania, el antisemitismo y el internamiento de los resistentes en prisiones y campos, que demostró que lo que el Tercer Reich pretendía era hacer de Alemania el centro de una Europa sometida, explotada y limpia de enemigos por motivos étnicos y políticos. Los campos de concentración y de exterminio, extendidos desde Francia hasta Rusia, fueron el medio más perverso dentro de esta situación de conquista, sumisión, explotación y eliminación de adversarios.
Los campos de concentración y de exterminio
Para los nazis la persecución, la concentración y el exterminio formaban parte de la guerra y con ellos cumplían dos objetivos: la eliminación de los enemigos y de las “razas inferiores” y cubrir la necesidad cada vez más urgente de mano de obra, sobre todo desde 1.942. Para estas finalidades concibieron los campos de concentración y de exterminio bajo el mando de Himler, máximo responsable de las SS. Las mujeres y los hombres antifascistas que cayeron en manos de los nazis acabaron deportados a diferentes campos de Alemania, Polonia y Austria como Dachau, Flossenbürg, Auswitz y Büchenwald, aunque el destino de la mayoría de las republicanas y republicanos españoles fue Ravensbrück para las mujeres y Mauthausen para los hombres.
El campo de Ravensbrück fue construido por prisioneros en 1.939 y concentró 150.000 mujeres resistentes de las que murieron 92.000. En los días anteriores a la liberación, centenares de prisioneras fueron obligadas a evacuar el campo en las “marchas de la muerte”. Cuando el ejército soviético entró en el campo el 28 de abril de 1.945, encontró miles de cadáveres y sólo unas cuantas mujeres supervivientes.
Las prisioneras seleccionadas fueron obligadas a trabajar en las empresas Siemens, Thyssen, Industriehof... También fueron utilizadas para suministrar mano de obra a los campos de Mauthausen, Dachau, Flossenbürg y Buchenwald. Las ancianas o enfermas esperaban su turno para los crematorios cosiendo mantas, uniformes o haciendo punto. No obstante sus condiciones de vida, estas mujeres resistentes practicaron formas de sabotaje como trabajar con lentitud o estropear la maquinaria, lo que pagaron con sus vidas en multitud de ocasiones.
El campo de Mauthausen, situado en el valle del Danubio, fue concebido como campo central para toda Austria. Después de una visita, Himler y Phol decidieron explotar, en beneficio de las SS, la cantera de Wienergraben, propiedad del Ayuntamiento de Viena. Un comando trasladado desde Dachau comenzó a trabajar en condiciones de esclavos en la construcción del campo, convirtiendo a Mauthausen en un enorme complejo fortificado a las órdenes del comandante Ziereiz. Estaba presidido por una gigantesca águila de bronce a la que todos los prisioneros tenían que saludar al entrar y salir del campo. Por esas instalaciones pasaron más de 200.000 deportados de los que murieron unos 120.000. En agosto de 1.940, estaban en el campo unos 10.000 republicanos españoles a los que se les fueron sumando en los años siguientes polacos, detenidos políticos de toda Europa y miles de soviéticos, que fueron obligados a construir fuera del campo la enfermería, tristemente conocida por sus horribles condiciones como el “campo ruso”. Hacia 1.942 fueron internadas en el campo unas 5.000 mujeres resistentes checas, yugoslavas y soviéticas, sobre todo a partir de los transportes del campo de Ravensbrück. En el transporte de 7 de marzo de 1.945, con unas 1.800 mujeres, se encontraban muchas españolas. Fueron sometidas a un trato durísimo, obligadas a trabajar en comandos exteriores y muchas murieron, hasta que su negativa a trabajar tuvo éxito. La mayoría de los republicanos españoles débiles o enfermos fueron eliminados en el campo de Gusen, situado a 4 km. de Mauthausen.
Traslado y llegada.
Los prisioneros fueron trasladados al campo amontonados por centenares en vagones especialmente preparados y sellados en viajes que duraban días y semanas, sin recibir agua ni comida. Los que sobrevivían, eran recibidos violentamente por los SS y sus perros y obligados a formar para que el personal especializado decidiera su exterminio o su utilización como mano de obra esclava. Despojados de su equipaje y ropa eran bañados con agua hirviendo o helada, desinfectados, inscritos con un número que sustituía su nombre, y vestidos con el uniforme que llevaba un triángulo de color, según la categoría de los presos y con la letra de su país de origen. A los enfermos mentales se les ponía un brazalete con la inscripción “idiota”. Los deportados fueron sometidos a cuarentenas durísimas, con pruebas de resistencia para hundirles la moral y debilitar su cuerpo.
Condiciones de vida y trabajo.
Enrolados en comandos dirigidos por los kapos, trabajaban en canteras, talleres subterráneos, excavaciones, fábricas de ladrillos, pantanos...o en tareas inútiles hasta la muerte o el límite de su resistencia física. Hasta el año 1.939 el trabajo prioritario consistió en la construcción del propio campo con la extracción de material de la cantera, que comprendía la tristemente famosa escalera de 186 escalones por la que los deportados tenían que cargar bloques de 30 ó 35 kg.
Las jornadas de trabajo a que fueron sometidos eran terribles, duraban de la madrugada a la noche, a los que había que sumar la arbitrariedad de las órdenes, la insalubridad, la precariedad del alojamiento, el déficit alimenticio, el frío, el agotamiento de las largas revistas y de los castigos. Estas condiciones de vida les hacían padecer enfermedades como la disentería, el tifus, la tuberculosis, la septicemia, además de otras que les llevaban a la muerte en el término medio de tres a seis meses.
Las torturas estaban a la orden del día: colgamientos, castigos públicos, azotes con látigos de nervios de buey que tenían que ser contados en alemán por los mismos presos y aislamiento en celdas de castigo sin agua ni comida. Estas prácticas solían acabar con la vida del prisionero, aunque también los lanzaban contra las alambradas electrificadas o a los perros para que los descuartizaran.
A 17 km. de Mauthausen, en el castillos de Hartheim, fueron gaseados muchos presos republicanos y otros sometidos a todo tipo de experimentos médicos, aunque éstos, también se realizaron en los campos o en empresas privadas. Eran dirigidos por el Instituto de Higiene de las SS, con la colaboración de médicos, laboratorios farmacéuticos e incluso Universidades. Les utilizaron para experimentar la resistencia al frío, a la oscuridad, a la altitud. Fueron quemados, esterilizados, sometidos a vivisecciones con extracción de nervios, músculos, huesos...asesinatos de recién nacidos delante de sus madres. También experimentaron con fetos dentro del vientre de sus madres. Fue la única cárcel de la II Guerra Mundial que no dejó supervivientes.
La muerte más común que se les aplicó, además de la asfixia en la cámara de gas desde donde eran conducidos a los hornos crematorios, fue la inyección de bencina en el corazón y el ahogamiento en depósitos de agua, aunque a estas formas había que añadir los suicidios por desesperación o por inducción, las ejecuciones o la aplicación de la “ley de fugas”.
Cuando los americanos liberaron el campo de Muthausen quedaban 2.184 republicanos vivos. Aquí habría que hacer constar que no obstante sus condiciones de vida, consiguieron organizar la resistencia, a pesar de que ello estaba castigado con la muerte, aplicada en el máximo grado de perversidad. Crearon comités clandestinos que transmitían información, reanimaban a los más agotados o enfermos, intentaban mantener la moral alta y organizaron fugas y revueltas.
En los últimos meses de la guerra las organizaciones de la resistencia se agilizaron gracias a la marcha de los SS más jóvenes al frente. Cuando llegó el ejército aliado a muchos campos, los encontraron controlados por los comités de resistencia que se habían dedicado principalmente a acciones de autodefensa y a proveerse de armas por miedo a una matanza generalizada antes de la huida de los SS. En el año 1.943, los deportados republicanos de Mauthausen habían constituido el Aparato Militar, que fue la base del Aparato Militar Internacional que disponía de una estructura capaz de movilizar a unos 5.000 deportados.
El campo de Mauthausen fue abandonado por los SS entre el tres y el cinco de mayo de 1.945 por miedo a una revuelta, quedando bajo la custodia de la policía municipal de Viena hasta que unos motoristas americanos lo localizaron el día 5 de mayo.
Ahora, después de estos hechos abominables, nos queda el compromiso moral y la responsabilidad histórica de no olvidar y de realizar una tarea constante de rechazo y denuncia del exterminio nazi, que algunos incluso llegan a negar, en una sociedad en que las nuevas acepciones del nazismo no han dejado en ningún momento de ser una amenaza frente a los valores democráticos de la libertad y la solidaridad
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